martes, 19 de marzo de 2013

La realidad complementaria

Recuerdo, de pequeña, haberle preguntado un día a mi hermana mayor cómo uno podía saber que la vida real era cuando estábamos despiertos y no la de los sueños. Es más, ¿cómo podíamos saber que estar despiertos era estar despiertos y que los sueños, sueños eran? Mi hermana me respondió que, ciertamente, le estaba planteando una cuestión complicada. No solo no me sacó de dudas, sino que las alimentó con las suyas. Como cualquier niño, me pasaba el día preguntando cosas e inquiriendo respuestas, un "no sé" no me servía y mis dos hermanos mayores eran fuente de sabiduría para mí. Cierto es que yo pecaba de fe excesiva en ellos. Tanto era así que un día mi hermano me condujo a pocos metros de un precipicio en el antiguo Land Rover amarillo, descapotable y sin puertas de mi padre y me dijo, con toda normalidad: "aquí está el fin del mundo". No se veía más que el manto azul del cielo. Que en el monte de Chenlo estuviese el fin del mundo me parecía un hecho tan magnífico que ni me bajé del coche para comprobar que solo se trataba de un barranco. Cuando uno quiere creer no hacen falta pruebas. 

Pero volviendo al tema de los sueños, como decía, me había introducido en un tema que podía dar mucho de si aunque no hubiese manera de comprobar ninguna teoría. ¿Estaba el mundo enteramente equivocado respecto a lo que se consideraba sueño y realidad? ¿Algunas personas poseían más información a este respecto pero lo ocultaban de manera interesada (cual argumento de una película)? ¿Eran ambas vidas, la supuesta realidad y los supuestos sueños, válidas? No ayudaba, a la hora de encontrar una respuesta a todas estas cuestiones, el hecho de que, de siempre, he tenido tendencia a la somnolencia y que por esta razón, entre otras, desde pequeña me han interesado enormemente los posibles entresijos de ese tiempo que pasamos con los ojos cerrados y la mente libre

Hay gente que confiesa no recordar sus sueños. Los hay que incluso dicen que no sueñan. Los sueños, para mi, no son simples pasatiempos nocturnos. Aunque la mayoría jamás podrían ser trasladados al mundo real, o a lo que llamamos mundo real, no por ello carecen de su propia autenticidad.

Tendemos a despreciar muchas cosas que poseen un valor único porque nos hemos acostumbrado a ellas o porque nos parecen insignificantes. No se deberían despreciar los sueños pues generan sentimientos. Despertarse llorando, con miedo, con la mandíbula apretada o extrañamente feliz. En los sueños podemos desarrollar múltiples "yo". Podemos conocer gente y situaciones que nunca se darán en la vida real. Podemos morir o vivir más intensamente  que nunca. Podemos ser completamente libres y así ser conscientes de nuestra esclavitud. Podemos dar rienda suelta a nuestros deseos sin sentirnos culpables. Podemos atrevernos a hacer todo aquello que nos acobarda con los ojos abiertos. Podemos adelantarnos a hechos que suceden en la otra vida y sorprendernos con déjà vu y proyecciones de futuro. 

Los sueños son como una segunda vida. No son tiempo perdido, sino una realidad complementaria que también se siente. Esto resulta un hecho tan magnífico que, al igual que ante el fin del mundo, creer es suficiente. 


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