jueves, 7 de noviembre de 2013

En UK: ser feliz con menos

Cuando lo conocí, Francho vivía en un bote. Todo lo que tenía eran unas pocas prendas de ropa, unos pocos utensilios de cocina, una bicicleta prestada y un teléfono móvil con conexión a Internet. Y lo creí cuando me aseguró que era feliz. Había cruzado el Atlántico desde su Caracas natal hasta pequeño pueblo de Hoo, próximo a la isla donde yo vivía antes de trasladarme a Londres. Allí fue dónde lo conocí, a las afueras de St Mary's Island, un gran vecindario flotante. Iba cargando con una bici que le había dejado un amigo y que apenas podía sostener su delgado cuerpo y se acercó a mí para preguntarme unas indicaciones. Me llamó hermana tras averiguar que era española y al saber que era periodista me propuso que conocer el proyecto que lo había traído a Inglaterra, a dónde había llegado por primera vez hacía apenas un día

Poco tiempo después me acerqué hasta Hoo. Allí Francho me mostró el bote en el que vivía y otros muchos botes que se habían convertido en el hogar de otros compañeros, bien donados, bien comprados a precio e ganga. Todos ellos eran jóvenes y provenían de diferentes partes del mundo. Se habían unido con el objetivo de investigar las causas de la contaminación de ríos y mares en lugares concretos. Y decidieron empezar por Hoo, bañado por un río, sin duda, contaminado. "Por algún sitio hay que empezar", me respondió Francho cuando le pregunté por qué habían elegido Hoo como parte fundamental en su trabajo. Tenían no obstante, otros centros de investigación en otras partes del mundo. 

Cuando llovía se apuraba a poner, como si de un gag cómico se tratase, uno de los cazos que usaba para cocinar con el objetivo de impedir que el agua que se escurría por una gotera mojase su modesta "casa" y sus pocas posesiones. Apenas había espacio para una cama estrecha y unos hornillos. El baño estaba en el muelle y era usado por los miembros del proyecto y también por personas adineradas que tenía sus propias embarcaciones de recreo. 

Me contó que no estaba siendo feliz en Caracas. Había empezado a estudiar una carrera que no le llenaba y la vida con su familia no estaba siendo fácil. Así que, con 26 años, decidió abandonar todo lo que tenía tras ponerse en contacto con gente del proyecto de protección marina y empezar una nueva vida. Aseguraba que lo que hacía ahora le ilusionaba de verdad, que por fin había encontrado su camino. Hablamos largo y tendido sobre qué podría hacer el ciudadano de a pie para contaminar un poco menos y sobre los productos supuestamente tóxicos que consumimos todos los días. También me contó que, como parte del proyecto, tenían una web con entrevistas a expertos de medioambiente y me propuso participar en esa parte de la iniciativa. Desde luego, resultaba una persona totalmente coherente porque lo que predicaba lo ponía en práctica y su día a día se caracterizaba por la austeridad con lo que causaba un mínimo impacto al medioambiente, algo que se había convertido en el eje de su vida. 

Lo cierto es que unos días después de visitar los botes de Hoo me mudé a Londres y nunca volví a saber de Francho. Pero conocerlo me ayudó a entender mejor algo sobre lo que yo llevaba reflexionando tiempo: cuanto menos tienes, cuanto menos necesitas, más libre y, por tanto, existen más opciones de encontrar la felicidad o lo que cada uno pueda interpretar bajo ese concepto. Y lo recordé sobre todo cuando durante la mudanza tuve que cargar con dos maletas pesadas que había traído desde España. Y lo peor, no había necesitado ni de lejos todo el contenido e incluso había comprado algo más en suelo inglés. Arrastrando cosas inútiles lo vi más gráfico que nunca. El peso de esas maletas me frenaba, cargando con ellas del bus al metro y del metro a pie hasta la nueva casa. Había tardado más y me había cansado más que si hubiese ido ligera de equipaje. No hablo de gente que tiene poco porque carece de recursos. Hablo de gente que decide tener poco. Eso va totalmente en contra de la tendencia reinante en la que, a modo de metáfora, la mayoría va siempre cargando con pesadas maletas cuando, en realidad, para cruzar el océano no hace falta nada más que lo puesto y una ilusión. Cuanto menos llevemos en nuestra maleta, más lejos llegaremos en nuestro viaje.