jueves, 8 de noviembre de 2018

Viaja siempre con billete de vuelta

(Este texto lo escribí antes de mi última etapa en Italia, Australia y Emiratos Árabes pero la reflexión, a pesar de lo tantísimo que me han cambiado estos últimos periodos en el extranjero, es la misma). 

Bien sabe dios que soy una amante de los viajes. Pero no hay nada en los viajes que no sepas ya. Puedes dar la vuelta al mundo, pero no hay ninguna respuesta que no tengas mucho más cerca, tan cerca que ni siquiera está fuera de ti. 

De esto me di cuenta no hace mucho. No es que creyese que los viajes fueran a darle sentido a mi vida, pero casi. Hallaba en ellos muchas respuestas porque cuando uno viaja (no hablo de turismo, sino de viajar) se activan la atención, la curiosidad, la novedad... todo esto ayuda a profundizar en uno mismo. Se podría decir que un viajero despierto entra en estado de conciencia, de meditación, y por tanto viaja también interiormente. Pero también he conocido gente que ha viajado muchísimo y esas experiencias no le han dado respuestas decisivas para su vida y piensan y actúan igual que siempre solo que lejos de casa.

Sea dónde sea, las preguntas son las mismas y las respuestas están en el mismo lugar. ¿Quién soy? ¿Qué pinto aquí? ¿Qué es lo mejor para mí? Son algunas de las preguntas. El lugar dónde encontrarlas: en uno mismo, en el equilibrio, en el silencio de la mente parlanchina...

Un par de historias.

En el viaje que realicé a Marruecos en 2015, hice el típico paseo a camello por el desierto. Si algo me gustó de este país es la calma con la que vive la gente. Vive y trabaja relajada y hay mucho entorno natural y rural. Así que ser camellero (cuidar los camellos y llevar a turistas de paseo a dormir en jaimas bajo las estrellas) me pareció un oficio de la mar de consonante con esta filosofía . Los camelleros debían ser felices constatado por esa calma con la que guiaban los camellos hasta las tiendas de campaña y luego de vuelta al establo. Pero esa idea chocó con la realidad.


La calma física puede ser una apariencia, la calma mental es la clave y así lo descubrí en la siguiente parada. Ya en ciudad, el chico que regentaba el hostal en el que nos alojamos había sido camellero. Hablaba de su pasado reconociendo que había sido duro, que no quería por nada del mundo volver a aquella vida y que incluso había caído en las drogas durante aquel periodo. En pleno desierto y bajo las estrellas, mientras los turistas se deslumbran ante semejante espectáculo, los camelleros lloran su frustración. Lo que quiero decir es que no importa en qué lugar del mundo ni en qué circunstancias: todos, absolutamente todos, adolecemos de lo mismo. 

He oído decir también que la tasa de suicidio juvenil entre los cazadores de ballenas en Groenlandia es alarmantemente alta para su densidad de población y que puede deberse, en buena parte, a que recibir  por fin la señal de TV e Internet les hace desear esa vida que no tienen.  No sé si sentían lo mismo pero con menos intensidad antes de conocer aquello que supuestamente se están perdiendo o si son presa de necesidades creadas. ¿Qué fue primero, la gallina o el huevo? Yo soy de las que creo que si algo existe es porque una mente humana creyó que era necesario y por tanto el deseo es anterior.

Y así sucede que mientras camelleros y cazadores de ballenas desean residir en La Gran Manzana y conducir un Porche para acudir a su cita de Tinder, los de la Gran Manzana se plantean más de una vez en hacer un retiro espiritual a las montañas más perdidas del planeta o si fuese necesario en Groenlandia. Y es que en el fondo, no importa si aquí o allá, lo que importa es sentirse bien en la propia piel, ser agradecido con lo que se tiene y si se quiere más, ir a por ello. Pero para eso, primero hay que coger un billete de vuelta: de vuelta a uno mismo.

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