Acabo de cumplir 30 años y no sé quién soy. La última vez que me hicieron esa pregunta en plan psicológico mi mente empezó a navegar entre ideas buscando unas cuantas a las que aferrarse. La respuesta-tipo empieza tal que así: "soy una persona..." Y luego solo consiste en añadir adjetivos que se suponen que te definen. La verdad, nada más decirla, ya sentí que era una mierda de respuesta.
Como decía, después de 29 años de vida no sé quién soy. Creo que lo sé menos que nunca. Releyendo algún diario antiguo encontré ideas en las que me definía: "soy así, soy asá", escribía. Los veo ahora y pienso: o mucho cambié o no era tan así ni tan asá. Y creo que hay parte de verdad en ambas cosas.
Considero la identidad como algo bastante irrelevante ya que se construye por oposición a un "otro" y en base de unos estándares establecidos en sociedad. Por tanto, está concebida para lo exterior por mucho que parezca algo íntimo. Si uno se criase completamente solo no se andaría haciendo estas preguntas, simplemente viviría.
"Sé quién soy. Soy una persona cabezota, alegre, que se preocupa por las injusticias y con ganas de comerme el mundo. No dejo que me manipulen porque sé quién soy". Esto es un ejemplo de respuesta-tipo que comentaba al principio y que podría ser dicha por cualquier persona. No suena mal, incluso dan ganas de hacerse fan de alguien así. Pero lo que implica, en realidad, es un inmovilismo contrario a la propia esencia del ser. ¿Qué pasa si un día dejas de creer en lo que siempre has creído?¿Lo que consideras tu esencia de persona cabezota te hará negarlo? Probablemente. ¿Y si estás triste? No estás siendo tú misma; eres alegre, recuerda. ¿Y si alguna vez, en el fondo, te la pela lo que pase en el mundo? ¡Qué culpabilidad! ¿Y qué pasará cuando descubras que en vez de comerte el mundo el mundo te ha comido a ti? Te deprimirás. Crees que no pueden manipularte porque tienes muy claro quién eres, pero precisamente esa seguridad es la que te lleva de cabeza a ser carne de cañón siendo tú mismo tu primer manipulador.
No creo que la complejidad de una persona pueda resumirse en unas pocas palabras. Y más, cuando esas pocas palabras excluyen, aparentemente, a sus contrarias.
Nunca he estado más lejos de saber quién soy. En cambio, nunca me he sentido más cómoda en mi propia piel. Porque he entendido que eso no tiene importancia alguna, que nada depende totalmente de uno mismo ni mucho menos de unas cuantas ideas condicionadas por factores externos. Descubro que sé más cada vez que reconozco que sé menos. Es por eso que simplemente me abandono al hecho de ser una conciencia que ha encontrado morada en un cuerpo humano, nada más y nada menos que eso. Y así, todo parece encontrar su sitio en el vacío de la no concreción.
A
mis cuarenta y diez,
cuarenta
y nueve dicen que aparento.
Más
antes que después
he
de enfrentarme al delicado momento
de
empezar a pensar
en
recogerme, de sentar la cabeza,
de
resignarme a dictar testamento
(perdón
por la tristeza)
Para
que mis allegados, condenados
a
un ingrato futuro,
no
sufran lo que he sufrido, he decidido
no
dejarles ni un duro.
Sólo
derechos de amor,
un
siete en el corazón y un mar de dudas.
Fragmento de A mis cuarenta y diez.
Joaquín Sabina
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