lunes, 5 de junio de 2017

La más idiota de todas las sentimentales

Mi tiempo fue tu tiempo. Mis emociones fueron tuyas. Y mi cuerpo.
Cedí. Cedí. Cedí.
Caí y me levanté. Una y otra vez.
No me rendía. No entendía porqué habría de hacerlo.
Siempre una posibilidad, siempre un juego de malabares para continuar la partida.
Pero la derrota era el resultado de antemano.
Y aún así, la razón se mantenía cómplice imaginando la victoria.
La misma razón que, si analizaba fríamente esa posible victoria, se daba cuenta de que el puzzle no encajaría.

El corazón por su parte, obstinado, reclamaba aquello que creía que le correspondía. Tampoco pedía tanto. De hecho, cada vez pidió menos. Un corazón un tanto humillado, arrastrado, sin dignidad. Pero, increíblemente,  un corazón que repetiría tan indecorosas circunstancias. Ser consciente de esto fue ser consciente de que el amor es un sinsentido. Propio de idiotas sentimentales. Y me sentí la más idiota de todas las sentimentales y la más sentimental de todas las idiotas.  

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