jueves, 7 de noviembre de 2013

En UK: ser feliz con menos

Cuando lo conocí, Francho vivía en un bote. Todo lo que tenía eran unas pocas prendas de ropa, unos pocos utensilios de cocina, una bicicleta prestada y un teléfono móvil con conexión a Internet. Y lo creí cuando me aseguró que era feliz. Había cruzado el Atlántico desde su Caracas natal hasta pequeño pueblo de Hoo, próximo a la isla donde yo vivía antes de trasladarme a Londres. Allí fue dónde lo conocí, a las afueras de St Mary's Island, un gran vecindario flotante. Iba cargando con una bici que le había dejado un amigo y que apenas podía sostener su delgado cuerpo y se acercó a mí para preguntarme unas indicaciones. Me llamó hermana tras averiguar que era española y al saber que era periodista me propuso que conocer el proyecto que lo había traído a Inglaterra, a dónde había llegado por primera vez hacía apenas un día

Poco tiempo después me acerqué hasta Hoo. Allí Francho me mostró el bote en el que vivía y otros muchos botes que se habían convertido en el hogar de otros compañeros, bien donados, bien comprados a precio e ganga. Todos ellos eran jóvenes y provenían de diferentes partes del mundo. Se habían unido con el objetivo de investigar las causas de la contaminación de ríos y mares en lugares concretos. Y decidieron empezar por Hoo, bañado por un río, sin duda, contaminado. "Por algún sitio hay que empezar", me respondió Francho cuando le pregunté por qué habían elegido Hoo como parte fundamental en su trabajo. Tenían no obstante, otros centros de investigación en otras partes del mundo. 

Cuando llovía se apuraba a poner, como si de un gag cómico se tratase, uno de los cazos que usaba para cocinar con el objetivo de impedir que el agua que se escurría por una gotera mojase su modesta "casa" y sus pocas posesiones. Apenas había espacio para una cama estrecha y unos hornillos. El baño estaba en el muelle y era usado por los miembros del proyecto y también por personas adineradas que tenía sus propias embarcaciones de recreo. 

Me contó que no estaba siendo feliz en Caracas. Había empezado a estudiar una carrera que no le llenaba y la vida con su familia no estaba siendo fácil. Así que, con 26 años, decidió abandonar todo lo que tenía tras ponerse en contacto con gente del proyecto de protección marina y empezar una nueva vida. Aseguraba que lo que hacía ahora le ilusionaba de verdad, que por fin había encontrado su camino. Hablamos largo y tendido sobre qué podría hacer el ciudadano de a pie para contaminar un poco menos y sobre los productos supuestamente tóxicos que consumimos todos los días. También me contó que, como parte del proyecto, tenían una web con entrevistas a expertos de medioambiente y me propuso participar en esa parte de la iniciativa. Desde luego, resultaba una persona totalmente coherente porque lo que predicaba lo ponía en práctica y su día a día se caracterizaba por la austeridad con lo que causaba un mínimo impacto al medioambiente, algo que se había convertido en el eje de su vida. 

Lo cierto es que unos días después de visitar los botes de Hoo me mudé a Londres y nunca volví a saber de Francho. Pero conocerlo me ayudó a entender mejor algo sobre lo que yo llevaba reflexionando tiempo: cuanto menos tienes, cuanto menos necesitas, más libre y, por tanto, existen más opciones de encontrar la felicidad o lo que cada uno pueda interpretar bajo ese concepto. Y lo recordé sobre todo cuando durante la mudanza tuve que cargar con dos maletas pesadas que había traído desde España. Y lo peor, no había necesitado ni de lejos todo el contenido e incluso había comprado algo más en suelo inglés. Arrastrando cosas inútiles lo vi más gráfico que nunca. El peso de esas maletas me frenaba, cargando con ellas del bus al metro y del metro a pie hasta la nueva casa. Había tardado más y me había cansado más que si hubiese ido ligera de equipaje. No hablo de gente que tiene poco porque carece de recursos. Hablo de gente que decide tener poco. Eso va totalmente en contra de la tendencia reinante en la que, a modo de metáfora, la mayoría va siempre cargando con pesadas maletas cuando, en realidad, para cruzar el océano no hace falta nada más que lo puesto y una ilusión. Cuanto menos llevemos en nuestra maleta, más lejos llegaremos en nuestro viaje. 



jueves, 10 de octubre de 2013

Pastillas para no soñar

En las pocas ocasiones en que veo la televisión, a veces me quedo embobada viendo los anuncios. Me gusta hacer un análisis de estos fragmentos audiovisuales partícipes de la idiotización de la sociedad y de la perpetuación de estereotipos. ¡Cuánta materia prima para hacer una radiografía sociológica!

Me llaman especialmente la atención los anuncios de medicamentos, placebos y similares. Hay uno reciente (como ha habido muchos) que reza algo así como: "¿No consigues conciliar el sueño y eso provoca que estés hecho mierda durante el día? ¡¡No pasa nada!! Toma estas pastis y te despertarás fresco como una lechuga después de un sueño reparador".


Y entonces pienso en todas esas personas que irán corriendo a la farmacia a comprar esas pastis tan guays que permiten que todos los malestares psicológicos y físicos que provocan insomnio desaparezcan para proporcionar un placentero sueño e incluso se caerá un poco de babita encima de la almohada. El anuncio continúa y el pobre protagonista que no daba pie con bola debido a la falta de sueño empieza a rendir de nuevo en sus "quehaseres" diarios.
Ja. 
Ja.
Ja.

Ahora, la solución a todos los tormentos que provocan la falta de sueño se toman en comprimidos. Y a tirar pa' lante. Y entonces, aunque el cuerpo aguante, la mente y el alma siguen deteriorándose por dentro. 

Pero ¿qué quieren? Acaso piensan que van a hacer un anuncio en el que digan: "Tú tienes la calve para solucionar tus problemas. Dormir plácidamente sin recurrir a somníferos es posible si encuentras el motivo de tu desazón y trabajas para sanarlo de manera natural y lógica". ¿Y eso a quién le generaría beneficios económicos?

Por otro lado, está el paciente en vigilia cuyo miedo, falta de voluntad o de perspicacia, o todo ello, le hace recurrir al remedio rápido y efectivo en términos cortoplacistas. 

Y se va al trabajo, ya por fin descansado, a dar el 100% aunque precisamente sea el trabajo lo que le ha quitado el sueño. Solo hace falta echar un vistazo alrededor, acostumbrados ya a agarrarnos a un clavo ardiendo para subsistir. Hagamos de esta frustración laboral nuestra rutina y consolémonos con que existen cosas peores.

O tal vez lo que quita el sueño está al llegar a casa, una familia que sería mejor tener lejos, pero al fin y al cabo siempre estará ahí y tienes la obligación de estar tú también. Tal vez un matrimonio infeliz, pero como para dar marcha atrás y empezar de nuevo ahora. Vivimos llenos de obligaciones y cargamos con ese peso sobre nuestros hombros obligándonos a dar pasitos pequeños y a pararnos durante largos periodos. 

O puede que nos quite el sueño todo lo contrario: la soledad. ¡Cuántas vueltas en la cama hace dar!

Puede que lo que provoca la vigilia sea esa sensación terrorífica de que de que pasan los años y se acaba el tiempo para hacer lo que se desea y la certeza de haber ido siempre a lo seguro y no haber tenido el valor de confiar en las intuiciones.

Las inseguridades personales, o la excesiva exigencia a uno mismo, tampoco ayudan a dormir a pierna suelta. Obsesionados siempre con lo qué pensarán y dirán los demás, incluidos y, sobre todo, aquéllos que no nos importan lo más mínimo. Estar fuera del sistema o pensar que se está en esa situación suele derivar también en falta de tranquilidad. 

A lo mejor, interrumpe el sueño ese dolor tras perder a alguien o algo que conformaba una parte esencial de la vida. Porque nos cuesta comprender que nada es tan importante como para que nuestra vida dependa de ello. 

¿Y qué me dicen de los traumas? Una infancia o adolescencia complicada puede abofetear una madurez en los momentos bajos y ayudar al desmoronamiento. 

Puede que una enfermedad esté en el origen del insomnio. La falta de confianza en una curación, un fármaco con un prospecto lleno de "bonitas" especulaciones al que uno se ve atado de por vida, malestares puntuales que alimentan un malestar general como una pescadilla que se muerde la cola...

Tantas, tantísimas cosas pueden quitar el sueño... y solo una puede devolverlo. No son unas pastillas, sino ser consciente de que algo no va bien y hacer algo real para solucionarlo para dormir de verdad. Para curarse. Y sobre todo, para conocerse a uno mismo y todos esos terrores interiores, drogados con pastillas hasta que el propio miedo de que reaparezcan hace que crezca el número de yonkis de las cápsulas mágicas de Morfeo. No hablo en este caso de pequeñas angustias o casos puntuales que nos llenan de preocupaciones y nos vacían de sueño, algo normal y lógico. Hablo de situaciones a largo plazo, cuando las semanas dan paso a los meses y estos se empiezan a contar por años. Cuando la excepción son las etapas en las que uno se siente feliz y la cama proporciona un genuino y placentero descanso

Pero nadie lo va a decir. ¿Acaso no quiere el sistema gente dispuesta a mantenerlo aún a costa de su salud? No es deseable que tengas tus propios pensamientos y que seas consciente de que todo lo que te han querido vender como ideal de felicidad no existe y dejes, por tanto, de consumir, de trabajar o de tomar pastillas y empieces a tener la facultad de decidir plenamente y, con todas sus consecuencias, sobre tu propia vida. De este modo el establishment correría peligro, así que toma somníferos y sonríe. Tu vida es una mierda, pero ahora puedes continuar con ella sin ojeras.  Sé un superman, y, sobre todo, sé una superwoman y jamás pierdas el ánimo porque tú no sabes lo que realmente quieres, ellos saben lo que quieres por ti. Y, como diría Joaquín Sabina, "Si protesta el corazón, en la farmacia puedes preguntar: ¿tienen pastillas para no soñar?"






miércoles, 25 de septiembre de 2013

En UK: fans de Jesús

Resulta que me fui a cuidar niños a Inglaterra y me gustaría, ya de vuelta, retomar mi blog contando algunas pequeñas anécdotas ocurridas durante ese tiempo.

La primera familia con la que conviví era do origen africano. Se había venido a vivir a una coqueta zona residencial ubicada en una pequeña isla situada en medio de un río en el condado de Kent. Antes habían vivido en Nigeria, Estados Unidos y Londres. Una familia adinerada y supuestamente feliz. Pero ante todo, muy cristiana. O mejor dicho, raro-cristiana. 

Hubo docenas de anécdotas relacionadas con su fe. Especialmente gracioso era verles intentar rezar con sus hijos (dos niños de 10 y 7 años y una niña de 5) mientras los pequeños gritaban, se peleaban y les faltaban al respeto. La verdad, nada que distase de lo que hacían a todas horas. Los nombres de los tres empezaban por D. "¡Qué curioso!" Le comenté a la madre. "Lo importante que son nombres cristianos", me respondió. "Aaaaah", añadí. 

Me preguntaba si durante esos rezos nocturnos, en los que los padres daban las gracias a Jesús por haber tenido la oportunidad de vivir un nuevo día y todo lo que tenían, a los niños les llegaba siquiera una pizca de ese mensaje. No solo mostraban su falta de educación durante el rezo, durante todo el día se comportaban como unos mimados insufribles incapaces de mostrar un solo gesto de generosidad, respeto o agradecimiento. ¿No es esa una parte esencial del mensaje del cristianismo? Hace mucho de mis clases de religión obligatorias en el colegio, me debo de estar equivocando. 

Insistían en que me sintiese libre para acompañarles en el día grande, el domingo, a misa. "Me siento libre, por eso no voy", pensaba mientras declinaba educadamente la propuesta. Los cinco se vestían con sus mejores galas, la madre con turbante de colores en la cabeza a juego con un vestido estampado africano. Los niños con camisa y corbata y la niña medias y zapatitos de charol. Antes de irse rezaban en casa. Siempre después de despertarme a las ocho de la mañana (recordemos, en domingo) con gritos, golpes y otros ruidos molestos a causa de la poca predisposición que los niños tenían para ducharse y vestirse (y con la que yo tenía que lidiar entre semana). A veces, cantaban sus plegarias antes de irse y aunque no tenían malas voces y el resultado era peculiar hubiese preferido que lo hiciesen en el coche de camino a la iglesia y me dejasen dormir en mi día libre. 

Hasta aquí, la verdad, nada me parecía especialemente fuera de lugar. Ni siquiera el CD pop-cristiano que ponían en el coche. Nada, hasta que en una ocasión dijeron que se iban a pasar cuatro días fuera. Resulta que iban a asistir a conferencias sobre Dios. La verdad, en ese primer momento, no era capaz de hacerme una idea de qué se suponía que iban a hacer. El padre había pedido permiso en su trabajo (médico) para acudir. Y me confiaron sus hijos las 24 horas del día durante ese periodo al poco tiempo de instalarme en su casa. A los cuatro días llegaron con ojeras hasta los pies y se fueron directamente a la cama. Más tarde me enteré que se trataba de escuchar a una especie de predicadores y pastores que hablaban sobre la inminente llegada del Apocalipsis y como únicamente una fe ciega en Jesús podría salvarlos. 

Al margen de las aventuras católicas de los padres, mi vida-trabajo en aquella casa se estaba haciendo insoportable debido a las tres criaturillas salvajes, irrespetuosas, estresadas y estresantes que tenían por hijos y le comenté a los padres la cantidad de veces que me habían faltado al respeto. Reconocieron que sus hijos resultaban insoportables pero, según ellos, jamás faltaban al respeto. Dos días después, escuché al padre gritarle al mayor que estaba harto de su falta de respeto hacía él y su madre y la bronca acabó golpes y llantos. Supongo que resulta difícil quitarle la venda y hacer ver a alguien que, en realidad, desea ser ciego.  

Un par de noches después de comentarle a la familia mi deseo de irme, y comiendo galletas como si no hubiese un mañana a raíz de la ansiedad que me provocaban los niños, escuché unos cánticos raros. Al rato sonaron con más fuerza. El tono, el timbre, el ritmo. Aquello sonaba jodidamente satánico lo que aumentó mis ganas de seguir devorando galletas. Cuando acabé el paquete me decidí a abrir la puerta de la habitación e indagar. Los sonidos procedían del salón. Se escuchaban varias voces cantando extrañas plegarias de las que solo conseguía entender Jesús. Perfectamente podían haber formado parte de la BSO de El exorcista. 

Desde ese día todo fue a peor en el sentido cristiano de la palabra y cada dos por tres aparecían señores negros y encorbatados en casa con biblias bajo el brazo. Se reunían con la familia y rezaban en el salón o en la cocina. Y yo no sabía donde meterme. Me decían, "siéntete como en tu casa". "Los cojones", pensaba. Ni en mis días libres podía disponer de un poco de paz, lejos de azufre y crucifijos. El colmo llegó cuando un sábado que tenía libre vino un montón de gente a casa. La niña pequeña y las hijas de las otras mujeres que habían venido entraban en mi habitación, en la que yo trataba de descansar (no había pestillo) hasta que acabaron con mi paciencia. Decidí irme fuera hasta que fuese de noche y los hijos estuviesen durmiendo, única ocasión en la que se respiraba algo de tranquilidad en aquella casa. Bajé a la cocina para echarme algo al estómago antes de partir y me encontré a un grupo de mujeres que formaban un semicírculo. En medio, otra mujer estaba de pié, en posición de conferencia y diciendo algo sobre "Cuando las mujeres no están de acuerdo con sus maridos" y "Jesús" y "Jesús". Abrí sigilosamente la nevera. Todas se quedaron en silencio y me clavaron sus ojos. Dije "Good morning" y sonreí. Me pidieron que, por favor, esperase a que acabaran su ritual para comer. Entonces, sin poder estar en mi cuarto y sin poder coger comida en una casa en la que se supone que tenía que sentir como mía, me fui a tomar el aire cantando "1,2,3, 4,5,6. Yo me calmaré, todos lo veréis". 

Ya, pocos días antes de marcharme, el padre dijo que quería hablar conmigo. Pensé que me diría algo sobre mi trabajo, imposible que tuviese queja. Pero cuando me senté frente a él, extendió un flyer que en el que había dibujada una hoguera bajo el epígrafe de Hell y una nube bajo el de Heaven. Y entonces me dijo que debería rezarle a Jesús pues era la única manera de estar seguros que en el más allá acabaría en el cielo. Le comenté que creía que en la vida lo que importaba era hacer las cosas bien y la conciencia tranquila. Que lo de rezar para salvarse era una milonga basada en el miedo y empleada durante siglos por grupos de poder. Parecía como si nunca hubiese escuchado esta verdad tan obvia. Y verdaderamente fue miedo lo que vi en sus ojos cuando le dije que no creía en Jesús, unido a incredulidad. Como si se le hubiese presentado el anticristo. Me dijo que el fin de los días estaba próximo y que confiaba en que cambiase de opinión pues solo una fe ciega en Jesús me salvaría, independientemente de los actos que llevase a cabo en vida. 

Entonces entendí. Entendí que su fe era tan vacía como coros que hacían los niños diciendo "Amén" cuando lo que querían era irse a jugar. Que su fe no incluía en seguir el supuesto mensaje de Jesús, sino decirle cuánto lo aman al comienzo y final de cada día. En vestirse impecable el domingo y traer pastores a casa. Su fe no era fe, era miedo, Tenían miedo de aquella hoguera pintada en aquel papel. "¿Como explicas que los niños, desde bien pequeños, conozcan la maldad si no es por la existencia del demonio que los corrompen?"  me preguntó. Y entonces pensé, "No justifiques la maldad de tus hijos en el demonio. La falta de atención, educación y valores es lo que ha corrompido a tus hijos y es lo que ha hecho que yo me vaya de esta casa y ningún pastor ni rezo va a cambiar este hecho". Por supuesto, no se lo dije pues la ceguera que sufría esa familia ya era irreversible. 

Y así, a los pocos días me fui y, al despedirse el padre me recordó que aún estaba a tiempo de cambiar de opinión y me dio otro folleto de charlas sobre cielo e infierno en Londres, a dónde me trasladaba. Cuando me fui sentí alivio y hasta di gracias a Dios por irme. 


jueves, 28 de marzo de 2013

Me voy

Estoy a punto de empezar una nueva etapa en mi vida. Me voy al extranjero a ganar ni para un plato de lentejas, por un tiempo indeterminado y con una estabilidad incierta. Y, sin embargo, todo pinta mejor que aquí. Es más, me voy con ilusión. Hasta me hace feliz gritar “ME LARGO”. Y no. No es porque me aburra por no trabajar. Mi día a día se compone de muchas cosas más que me mantienen ocupada y me llenan. Lo que me aburre es este país, su gente y sus perspectivas de futuro. Y, en general, los propósitos de vida de la mayoría. Me aburren tanto que me hacen bostezar hasta casi desencajarme la mandíbula. 

Me dice la gente: “¿Y por qué no intentas buscar nada aquí?” ­­ “¿Acaso crees que no lo he intentado?”, respondo. Yo y la gran mayoría de jóvenes parados que hay en España a día de hoy. Sinceramente, no me apetece enviar más CVs a gente a la que le importa lo mismo mi candidatura que si Timor Oriental se hunde.  Y que no me digan que soy pesimista. No hay nadie que ponga más entusiasmo en escribir una carta de presentación que yo. Hasta estoy por poner un emoticono de una carita sonriente al final para dar una imagen de chica simpática y optimista. Pero es que a nadie le importa. Y yo he aprendido con el paso del tiempo que si no le importas a alguien es mejor cuanto más lejos.

A ver, pensemos. ¿A quién le importamos de verdad? A nuestra familia, a nuestra pareja, a nuestros amigos, a nuestra mascota (solo en caso de que seamos los encargados de alimentarla)… Pensemos de nuevo. ¿Con quién suele esforzarse menos la gente en estar a la altura? Precisamente con personas de estos círculos. Existe una tendencia perniciosa a agachar la cabeza, pedir disculpas y sentir vergüenza ante personas que ofrecen a cambio indiferencia, humillación y, en el mejor de los casos, un salario indigno. Luego, uno llega a casa y se olvida de lo dadivoso que puede llegar a ser cuando prima el interés. Luchas encarnizadas por herencias, relaciones de pareja rotas por desconfianza, amistades plagadas de cuchillos en la espalda, malos modos en el entorno más próximo, perros humillados vestidos como bebés... Y, mientras tanto, los que se burlan y aprovechan de otros, reciben a cambio generosidad para que la relación de "por el interés te quiero Andrés" o esclavolaboral salga adelante. El género humano es así de imbécil.

Seamos honrados, diligentes, y pidamos una respuesta a la altura en todos los ámbitos de nuestra vida. En casa y en el trabajo. Entre amigos y entre desconocidos. Demos y exijamos en la misma medida. Amistades de calidad, amor de calidad, relaciones humanas de calidad, trabajo de calidad. Y por mucho que rece la publicidad que la calidad no es cara, como casi todo lo que sale en los anuncios, es mentira. Exigir calidad puede conllevar frustración, enfado, decepción e incluso dolor emocional. Pero si no la exigimos nos convertimos en conformistas, nos autoengañamos y se nos pone en la cara una falsa sonrisa a modo de mueca. Lo cual, nos resta toda calidad.

Desgraciadamente, dudo que allá donde voy sea diferente. Pero salir de Porriño tiene sus cosas buenas. No es un lugar de calidad. Es feo, industrial, gris. Su gente es igual (una persona fea no es precisamente aquella que no cumple los estándares de belleza). Aún así, Porriño tiene sus cosas buenas: líneas de autobús frecuentes para salir de él y algunas personas admirables que he conocido.

Con mi partida, dejo atrás gente que me importa, pero de algún modo esas personas siempre acompañan a uno en su camino aunque haya una gran distancia de por medio. Dejo también bastantes ilusiones de labrarme un futuro como periodista, al menos en un periodo breve de tiempo. Pero no dejo nada más y por eso me voy contenta, porque hay muchas cosas por descubrir en otros lugares; cosas enriquecedoras, experiencias únicas y quien sabe, si respuestas a muchos porqués o incluso la piedra angular de lo que será el resto de mi vida.

martes, 19 de marzo de 2013

La realidad complementaria

Recuerdo, de pequeña, haberle preguntado un día a mi hermana mayor cómo uno podía saber que la vida real era cuando estábamos despiertos y no la de los sueños. Es más, ¿cómo podíamos saber que estar despiertos era estar despiertos y que los sueños, sueños eran? Mi hermana me respondió que, ciertamente, le estaba planteando una cuestión complicada. No solo no me sacó de dudas, sino que las alimentó con las suyas. Como cualquier niño, me pasaba el día preguntando cosas e inquiriendo respuestas, un "no sé" no me servía y mis dos hermanos mayores eran fuente de sabiduría para mí. Cierto es que yo pecaba de fe excesiva en ellos. Tanto era así que un día mi hermano me condujo a pocos metros de un precipicio en el antiguo Land Rover amarillo, descapotable y sin puertas de mi padre y me dijo, con toda normalidad: "aquí está el fin del mundo". No se veía más que el manto azul del cielo. Que en el monte de Chenlo estuviese el fin del mundo me parecía un hecho tan magnífico que ni me bajé del coche para comprobar que solo se trataba de un barranco. Cuando uno quiere creer no hacen falta pruebas. 

Pero volviendo al tema de los sueños, como decía, me había introducido en un tema que podía dar mucho de si aunque no hubiese manera de comprobar ninguna teoría. ¿Estaba el mundo enteramente equivocado respecto a lo que se consideraba sueño y realidad? ¿Algunas personas poseían más información a este respecto pero lo ocultaban de manera interesada (cual argumento de una película)? ¿Eran ambas vidas, la supuesta realidad y los supuestos sueños, válidas? No ayudaba, a la hora de encontrar una respuesta a todas estas cuestiones, el hecho de que, de siempre, he tenido tendencia a la somnolencia y que por esta razón, entre otras, desde pequeña me han interesado enormemente los posibles entresijos de ese tiempo que pasamos con los ojos cerrados y la mente libre

Hay gente que confiesa no recordar sus sueños. Los hay que incluso dicen que no sueñan. Los sueños, para mi, no son simples pasatiempos nocturnos. Aunque la mayoría jamás podrían ser trasladados al mundo real, o a lo que llamamos mundo real, no por ello carecen de su propia autenticidad.

Tendemos a despreciar muchas cosas que poseen un valor único porque nos hemos acostumbrado a ellas o porque nos parecen insignificantes. No se deberían despreciar los sueños pues generan sentimientos. Despertarse llorando, con miedo, con la mandíbula apretada o extrañamente feliz. En los sueños podemos desarrollar múltiples "yo". Podemos conocer gente y situaciones que nunca se darán en la vida real. Podemos morir o vivir más intensamente  que nunca. Podemos ser completamente libres y así ser conscientes de nuestra esclavitud. Podemos dar rienda suelta a nuestros deseos sin sentirnos culpables. Podemos atrevernos a hacer todo aquello que nos acobarda con los ojos abiertos. Podemos adelantarnos a hechos que suceden en la otra vida y sorprendernos con déjà vu y proyecciones de futuro. 

Los sueños son como una segunda vida. No son tiempo perdido, sino una realidad complementaria que también se siente. Esto resulta un hecho tan magnífico que, al igual que ante el fin del mundo, creer es suficiente. 


martes, 5 de marzo de 2013

Never give up

Un tumblr que me gusta especialmente es Pensar no es ilegal (aún)*. El título es una buena pista de hacia dónde van los tiros. En él se recogen, debidamente cribadas, toda clase de reflexiones sobre la presente crisis económica y social. A través de ácidas viñetas y frases clarividentes de diversos autores junto con opiniones de anónimos y la suya propia, el autor ha conseguido articular un discurso crítico y participativo. El creador del tumblr confiesa que su visión catastrófica del mundo ha ido in crescendo desde que lo inauguró y por este mismo motivo, entre otros, ha decido paralizar las actualizaciones y tomarse un descanso. Una pena. Aunque sea difícil mantener el optimismo en estos tiempos, está en nuestras manos, las de los jóvenes, aprovechar las oportunidades que tenemos para cambiar el futuro. Never give up

Algunas viñetas e imágenes sacadas de Pensar no es ilegal (aún): 


viernes, 1 de febrero de 2013

Lugares que recomiendo III: bares y pubs ruina en Budapest

Hice una mención breve al InterRail en un post anterior, pero por si no ha quedado claro me gustaría recordar que se trata de una experiencia TOTALMENTE RECOMENDABLE. Si te gusta viajar, claro está :). Si eres menor de 26 te ahorras una pasta considerable y la experiencia de acostarse en un país y levantarse en otro teniendo tanto por descubrir es de lo mejor que he vivido. Como aún no me alcanzan los dineros para hacer viajes más aventureros, lejanos o exóticos (que tarde o temprano haré), básicamente me dediqué a conocer gran parte de Europa en buena compañía. Por el camino nos encontramos con muchos otros partners de experiencia, fácilmente reconocibles por sus mochilas "quechua" y por llevar en mano billetes de tren plegables. Algunos en grupo, otros en pareja y también solitarios, pero todos encantados. Descubrimos que no a pocos nos había acontecido algún percance debido a nuestra condición de "viajeros especiales".  Muchos de estos avatares se deben a que es imposible reservar plaza por Internet y los asientos para mochileros son limitados. Sin ir más lejos, nosotros tuvimos que cambiar los planes ya en nuestro primer viaje (París-Berlín) por falta de sitio.