jueves, 29 de noviembre de 2012

No hay dinero para los chicos

Canción escrita en 1985 por Manolo García e incluida dentro del disco "Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana" de El Último de la Fila. CD que compré hace años y que aún conservo, por cierto.



Es la noche de la revuelta; sube el mar hasta mi sector.
Siempre todo o nada, nunca hay elección.
Han surgido brillantes líderes, han temblado en el cielo gris.
Momentos fugaces; ahora no están aquí.
Mira ese chaval de la ciudad letal;
barrio de las paredes sucias junto al puente del río Besós.

Se comercia con los deseos y con la frustración.
Los chavales son los correos, la última generación.
Te dicen "tú tranquilo", todo se arreglará;
utilizan tu destino y tú sin querer hablar.
Pasta gansa para fundirla; por lo visto funciona así.
Yo he nacido pobre; que pecao cometí.
Quizá no sea así... te cuento lo que vi:
casas tan altas como ataúdes, ríos podridos por la ambición.

No hay dinero para los chicos; sin dinero no saben qué hacer;
eso es tan duro... querer y no poder...
Nos manejan como ellos quieren, solo nos dejan sobrevivir,
necesitas dinero para poder vivir.

Quizá no es así... te cuento lo que vi:
casas tan altas como ataúdes, ríos podridos por la ambición.
Se comercia con las banderas y con la necesidad
Vienen cuando no lo esperas; dirigentes no faltarán.
Te dicen "tu tranquilo", todo se arreglará;
utilizan tu destino. Me tengo que desahogar


lunes, 19 de noviembre de 2012

Entrevistemos a los jefes candidatos

Salía en prensa hace poco más de un mes una noticia sobre una oferta de trabajo que resultaba insultante: se pedía ingeniero con experiencia, inglés y disponibilidad geográfica por 500€/mes. Por lo visto se trató de un error pero me gustaría destacar tres cosas a raíz de esto:

  1. este tipo de noticias son las que importan. Hoy en día la labor crítica de los medios debería ser fundamental y se tendría que hablar más de problemas sociales evidentes como este y de menos primas de riesgo. Además, se ha rectificado el error cometido, cosa que tampoco esta à la mode;
  2. en menos de 24 horas 184 personas ya se habían apuntado a la oferta, por entonces los candidatos no sabían que el salario que se ofrecía era erróneo;
  3. en su momento resultó una noticia perfectamente creíble, pues todos nos quedamos boquiabiertos últimamente viendo como algunas empresas se ríen de los trabajadores con sus ridículas ofertas de esclavitud empleo.

Ahí están los jefes, los empresarios, los magnates con toda la tranquilidad del mundo creando puestos de trabajo propios de los tiempos en los que no existían derechos laborales, los mismitos hacia los que regresamos. Por pedir que no sea: alta cualificación, experiencia, titulitis, idiomas por un tubo, disponibilidad geográfica y horaria, etc. etc. ¿Qué ofrecen como contrapartida a todos estos conocimientos? Respuesta resumida: condiciones laborales para reír/llorar. Sale más rentable ser dependiente a media jornada en una tienda de "chuches" en Porriño.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

La invasión de los maleducados

No sé si es cosa mía pero veo maleducados por todas partes. Los veo en la escalera de mi edificio, en el supermercado, en el bar de enfrente, en el hospital, en las instituciones públicas... Están invadiendo el planeta. No hay escapatoria. Por mucho que intente evitarlos ahí están, acechando y listos para hacer alarde de sus malas formas.

Los maleducados, como bien es sabido, no entienden de modales. Los comportamientos más típicos de esta especie son: hablar a pleno pulmón (les es indiferente el contexto, sea discoteca o entierro), egocentrismo (yo, me, a mí...), nunca sonreír (salvo cuando se hacen gracia a sí mismos o para mofarse de otros), molestar (les encanta), dificultades graves a la hora de saludar y dar las gracias (no les sale, parece que sufren con solo intentarlo), incapacidad para mantener conversaciones equilibradas (interrupciones , distraimiento...), impuntualidad (de esta que sobrepasa con creces los cinco minutos de rigor), amargar la vida a los compañeros de trabajo (por todo lo dicho anteriormente)... Vamos, unos primores.

Si se acerca el final del día y un maleducado se percata de que no ha cumplido el cupo de molestias ocasionadas hace combos antes de irse a la cama, para asegurarse dormir a pierna suelta a costa e la energía de los demás. Vivir rodeado de maleducados es un peligro pues el riesgo de contagio es constante. 

Porque si tu norma es saludar y dar las gracias, pero nunca recibes una respuesta en la misma línea empiezas a relajar tus formas. Si te amargan en el trabajo, la comisura de tus labios empieza lentamente a caer hacia abajo o se frunce en un gesto hosco. Si llegas siempre a la hora esperas y esperas una y otra vez no vuelves a ser puntual. Molestas a alguien inintencionadamente y piensas "qué se joda, otros tantos me fastidiaron a mí antes". Sin quererlo, tiendes a construir conversaciones en las que se habla de "yo y tú" y de "tú y yo" al estilo partido de ping-pong. En definitiva: te vuelves un maleducado y ya estás listo para contagiar a los demás.

Los hay que se amparan en todo lo expuesto con anterioridad para justificar su mala educación. Ya están el funcionario de turno, el dependiente, el médico y tantos otros  que trabajan de cara al público quejándose de la cantidad de gente sin modales que tienen que atender al día y que provoca su enfurruñamiento. Punto número uno: no pagues conmigo la frustración que te han provocado otros. Punto número dos: a lo mejor has recibido una respuesta a la altura de tu recibimiento (muchos no son conscientes de que el fallo está en ellos, no en los demás). Punto número tres: es parte de tu trabajo, haberte hecho enterrador para no tener que hablar con tus clientes. Luego los hay que con cara de perro y desprecio, de la misma manera en que reciben al público, se preguntan por qué su negocio va mal. 

Voy a decir una obviedad, pero visto que la sociedad necesita que se la recuerde, me parece útil: el trato es fundamental. Ahora ya parece normal que si entras a un negocio y la persona encargada de atenderte está hablando por teléfono, limpiando un cristal, o viendo el ordenador (seguramente cotilleando en el facebook o echando alguna partidilla) no te diga ni hola, ni siquiera te vea. Esperas. Cambias de postura. Una vez. Otra vez. Miras la hora. Golpeas con el pie en el suelo de manera nerviosa a ver si se percatan de tu presencia. Nada, es como si entrase un fantasma. Tu tiempo no le importa.

Lo mejor es mantener a los maleducados lejos, pero es difícil. Cuando por fin has encontrado una cafetería en la que te atiende bien (oye, tampoco tiene que ser una cosa exquisita) te encuentras con otros clientes maleducados. Se sientan muy cerca de ti y se ponen a hablar a gritos. Esperabas por un amigo que llega tarde, como de costumbre. Decides librarte de varios maleducados de golpe, los pesados de al lado y tu amigo que pronto va a dejar de serlo. Te vas. Sales a la calle a dar un paseo y te cruzas con esas personas que ocupan toda la acera, así sea de cuatro metros. Empieza a llover, la gente saca sus paraguas y tú empiezas a temer por tus ojos, recuerda además que los que lo llevan tienen preferencia a la hora de cubrirse bajo las cornisas. Entras en un bazar oriental a comprar un paraguas y te persiguen como si fueras un ladrón (interesado en robar baratijas de 1€). Ya, de camino a casa, te topas con un niño pelma que te golpea con su balón; sus padres te miran como diciendo "¡ay, qué rico el niño! En el portal de tu edificio ves a tu vecino que misteriosamente no te reconoce, le aguantas la puerta y ni las gracias te da. Por fin en casa, te sientas en el sofá para relajarte. Los de arriba han decidido ponerse a mover los muebles, algo que hacen de manera habitual a horas intempestivas -_-!

Ante esta situación inevitable de contacto diario con maleducados y como prevención contra el contagio propongo dos cosas: tomárselo con humor y practicar yoga. 



viernes, 2 de noviembre de 2012

Historia de mis animales

Puede que el hecho de haber pasado mi infancia viviendo en el medio del monte en contacto continuo los animales sea lo que ha estimulado mi profundo respeto y aprecio hacia ellos. Es más, me parece injusto que por no sé qué de una mano prensil multiusos a las órdenes de un cerebro desarrollado deba relacionarme con los homínidos dejando a los animales en un segundo plano. ¿Han visto la sociedad de hoy en día? Es ahí donde están los verdaderos predadores. Los animales no se andan con esas tonterías de los humanos y poseen dos cualidades que valoro especialmente: son sinceros y espontáneos. Si a un animal le caes mal te lo hará saber: te morderá, picará, echará algún excremento o sustancia fétida sobre ti... Las cosas claras. Si le caes bien también lo sabrás: será tu colega. Eso sí, por norma general, confianzas las justas. Los animales no están sujetos a estereotipos y les importa un pepino lo que se piense de ellos. ¿O ven al ornitorrinco deprimido porque la gente lo considere feo, un collage de otras especies? El ornitorrinco es feliz. No le interesa nuestra opinión. Y bien que hace, ¿de qué le serviría?

Recuerdo tener la casa de la aldea, en la que pasé mi infancia y parte de mi adolescencia, plagada de animales. Con los gatos fue traer uno (una gata para ser exactos)  y un abrir y cerrar de ojos encontrarnos con decenas de hijos y otros tantos nietos. Ellos sí que viven rápido la vida. Pero hubo uno especial. Un día mi madre encontró frente al portal de mi casa una caja de Cola Cao grande. "¡Qué cochina es la gente!", se dijo. Cuando iba tirarla a un sitio más apropiado notó que algo daba golpes en su interior. "La baticao", pensó. Abrió la caja y descubrió en su interior a una bolita de pelo negra de ojos amarillos y boca roja. Un gatito de pocas semanas. Cuando me lo contó no me lo podía creer. ¿Qué clase de señal del destino era esa? Desde siempre tomé mucho Cola Cao y aún así no conseguí descifrarla  El caso es que el minino era la cosa más mimosa sobre la faz de la tierra. Mientras ronroneaba te lamía de arriba a abajo con su lengua de una dureza propia del papel de lija del siete y aguantabas como un campeón. Le llamé Silvestre. A los pocos días se calló desde la terraza. Cuando fui a recogerlo me lamió y en su saliva había sangre. "¡No te mueras!", le dije. Encontrar un gato negro en una caja de Cola Cao que se muere a los dos días no podía ser un buen presagio. No murió. Por lo visto solo había agotado una de sus múltiples vidas. 

El caso de los perros fue diferente. Teníamos uno, Trotsky se llamaba. Recuerdo, cuando aún era bastante pequeña, haberle cogido un libro del colegio a mi hermano mayor y haber encontrado una foto de un señor con el siguiente pie de foto: Trotsky. Me había hecho mucha gracia. ¿Qué persona había sido tan cruel como para ponerle nombre de perro a un hombre? Mi hermano le había pintado unas orejas y un hocico al retrato. Así se parecía bastante a nuestra mascota. Trostky murió de viejo. El perro, digo. Cumplía años el mismo día que yo y compartíamos tarta cuando la había. Si le dabas pan lo enterraba y días más tarde se lo comía lleno de tierra. Mi madre le cantaba una canción tradicional incluyendo al chou la palabra Trotsky y el la bailaba dándole al rabo con frenesí. Un día le dio por empezar a perseguir a los pocos coches que pasaban al lado de nuestra casa ladrándoles como diciendo: "ya verás como te pille bichejo veloz". Cuando el coche se alejaba se quedaba un rato viendo su estela. "Cobarde, vuelve si te atreves", parecía pensar. Afortunadamente conseguimos quitarle esa manía. Si le decías "dame la mano", te la daba. Si le decías "dame la otra", te daba la otra. Siempre tenía la comisura de los labios hacia arriba, era un perro sonriente. No sabia hacer grandes cosas, ¿y qué?, yo tampoco.

Ya antes de la muerte de Trotsky yo tenía la costumbre de dar de comer a los perros que de vez en cuando aparecían abandonados o perdidos cerca de mi casa. Mi madre me avisaba: "he visto a un perro merodeando por aquí, ni se te ocurra darle de comer ni acariñarlo". Tarde. Generalmente yo ya había visto el perro antes y si se había aproximado a mi madre es porque había cogido confianza después de unos cuantos churruscos de pan y unos mimos a traición cuando se acercaba a coger el alimento. Mi madre volvía a repetir el toque de atención en días sucesivos cuando yo ya estaba pensando en el nombre de nuestra inminente mascota. Es así como en mi casa tuve a muchos otros perros además de Trotsky. Pero no todo fueron historias felices con los animales. No.

Hace unos años era de lo más normal en las aldeas sacar a pastar a los animales: ovejas  cabras, vacas... Nosotros teníamos de todo eso. Resulta que (lo contaré para los urbanitas) también había que aparearlos para traer nuevas generaciones que se traducían en ingresos para la familia: o se vendían las crías o eran cebadas hasta estar al dente para pasar por el cuchillo. Nosotros, por lo general mi hermana mayor y yo, llevábamos las cabras a una granja cercana para que se recrearan en esto de las artes amatorias. La idea era que el castrón poseyese a la hembra de la manera más efectiva posible, por lo que teníamos que presenciar el acto y asegurarnos de que la(s) cópula(s) resultase(n) exitosa(s), no fuera a ser que no se gustasen. Pobres animales sin intimidad. Pues en esa estábamos cuando yo me puse a lo mío, dejando el espectáculo para los más interesados. Me giré y me puse a indagar en otras cosas. Hasta que noté una presencia. Me volví y vi al castrón, con su inconfundible olor a macho cabrío, mirándome fijamente con sus cuernos amenazantes. "No será capaz", pensé. Pero fue capaz. Dio unos pocos pasos ligeros hasta llegar a mí y sin pensarlo dos veces me corneó con ímpetu. No habría ido más allá de una graciosa anécdota si yo no me encontrase al borde de una docena de escalones de piedra. Los recorrí uno a uno con la espalda. Sentía como se me clavaban en mi camino infinito hacia el suelo. Una vez que frené al final de la escalera, me puse en pie en cuestión de milésimas y empecé a moverme al estilo Chiquito de la Calzada: la mano en el riñón, encorvada y de un lado para otro. Solo me faltaba decir: "Cobarde castrón, pecador de la pradera". Debía de tener unos diez u once años. Como hasta entonces, y por raro que parezca, nunca había sufrido una caída fuerte ni me había roto o fracturado nada, me parecía que había sido un sueño. Solo había tenido grandes caídas en sueños y ese dolor infernal que sentía no podía ser verdad. Así que paré de bailar, me acerqué a mi hermana y le dije: "despiértame". Ella me preguntó cómo me encontraba, entonces supe que no era un sueño. "Mierda", pensé. A pesar de lo aparatoso de la caída y de las posibles lesiones ocasionadas no fui al médico. Los propietarios de la granja me echaron una crema más fría que la cubierta de un iglú en mi espalda magullada y ¡hala! andando de vuelta a casa con la cabra ya fecundada. Los niños de antes, sobre todo los de aldea, estábamos hechos de otra pasta. 

Mi experiencia más traumática con los animales no es esta. Tiene que ver con las arañas. Tengo aracnofobia. Me dan tanto asco las arañas que solo con verlas en la tele grito, me escondo, a veces hasta me dan arcadas. Y todo por la mayor tontería jamás contada. Detrás del mueble del salón de mi casa había una araña. Una de esas de patas largas y finas. Grande, pero tan delicada que parecía que una ráfaga de viento se la podría llevar volando. Había visto en los documentales de animales, a los que siempre fui muy aficionada, como las arañas, una vez que un insecto caía en su tela, se precipitaban rápidamente sobre él para enrollarlo en más tela y almacenarlo para el desayuno del día siguiente o zampárselo al poco. Tenía la oportunidad de verlo en directo. Cacé una mosca con la facilidad propia de alguien que ha cazado muchas moscas antes y la arrojé a la tela. Menudo espectáculo. La araña había hecho a pie juntillas lo que yo había visto en la tele. Así que repetí la operación varias veces en días sucesivos para mi diversión. La araña empezó a verse saturada y a veces ya pasaba de ir a por el insecto en cuestión, lo dejaba moribundo en la tela porque ya tenía suficiente alimento en la despensa. Al cabo del tiempo parecía la tela del terror con un montón cadáveres de moscas colgando. Pero lo peor no fue eso, con el paso de los días la araña fue adquiriendo cuerpo. Pasó de ser una araña flaquita y delicada a convertirse en un bicho gordo en el que ya se apreciaban los pelitos. Me asusté. "¡Dios... Como me descuide la próxima víctima seré yo!", me dije.  Así que tras pensarlo detenidamente decidí que lo mejor sería acabar con el monstruo que yo había creado. Cogí una escoba, y tras unos segundos de vacilación, le di en toda la chepa. Cayó al suelo intentando zafarse del ataque del ser traicionero que la había estado alimentando. La alcancé a tiempo y acabé con su vida. Ahí en el suelo, una pata para allá, otra para acá. Como diciéndome "he acabado así por tu culpa". La recogí y la tiré lejos. Pero su presencia seguía en mi cabeza. Me parecía que permanecía allí, detrás del mueble susurrando: "por la noche, mientras duermes, te voy a enroscar en mi tela para luego merendarte". No solo me invadía este miedo, sino un gran sentimiento de culpabilidad. ¿Con qué derecho había yo intercedido en la vida de esa araña proporcionándole un final tan indigno? Desde entonces cualquier araña me produce un repelús indescriptible al tiempo que veo en ella la injusticia con que la que un día me comporté.

Esta no fue la única ocasión en la que me valí de las moscas para hacer de las mías. Resulta que en los bloques de cemento con los que estaban construidos los muros que rodeaban mi casa había agujeros. Al llegar la primavera, los pájaros aprovechaban esos lugares para hacer sus nidos. Pero los hacían en las partes más altas, lejos de mi alcance. Solo conseguía llegar a uno de ellos encaramándome al bordillo del muro y aún así apenas alcanzaba ver el interior del agujero unos segundos. Observaba a esos pajaritos recién nacidos, chillones, abriendo, cual hipopótamo, una boca desproporcionada para su tamaño. Luego se me acababan las fuerzas y tenía que bajarme hasta recuperarlas y repetir la operación. Siempre que los padres no estaban cerca claro. Mi madre ya me había advertido: "no te acerques demasiado a los nidos, los pájaros los dan por invadidos y los abandonan". Ni caso. Cacé una mosca con la facilidad propia de alguien que ha cazado muchas moscas antes. Até el extremo de una ala a un hilo. Merienda en mano me dirigí al nido. Me subí al muro y asomé la presa por el agujero. Las crías se pusieron como locas. Deslicé el hilo y la más espabilada se zampó la mosca. "¡Qué divertido!", pensé. Luego esperé a que viniesen los padres, por si notaban algo, eso de la invasión del nido y tal. Nada, se comportaban con normalidad. Entonces repetí la operación, como había hecho con la araña. Unos pájaros gordos no me asustarían (aún no había visto la película de Hitchcock ni jugado al Angry Birds). Al poco tiempo, un día me asomé al nido y los polluelos estaban muertos. "¡¡No!! La culpa ha sido mía", fue mi primer pensamiento. Pero luego caí en la cuenta de que llevaba varios días sin rondar por el muro porque había estado lloviendo como llueve en Galicia: mucho. Los pájaros se habían ahogado. En posteriores temporadas de cría pude comprobar que pocos polluelos sobrevivían en ese hueco del muro, aún cuando yo ya había desistido en mi manía de alimentarlos. Por tanto, deduje que había sido la pereza de los pájaros lo que los había llevado a su muerte por no querer construir nidos decentes. Y mi conciencia se quedó más tranquila.

Poli y yo compartimos afición por los documentales de animales
Los animales han estado siempre muy presentes en mi vida. Ahora vivo en un piso y tengo una gata que se llama Policarpa, aunque le varío el nombre y también la llamo Polichinela, Polispán, todo lo que se tercie que empiece por "poli". Con los gatos hay que saber tratar desde un primer momento. No asumen esa relación dueño-súbdito que fácilmente entienden los perros. Lo que puedes conseguir si te ven como una persona muy mandona es que te manden a freír espárragos y que hagan lo que les salga de los bigotes. Por eso hay que ser uno de los suyos.Tienes que ser un familiar o un colega. Para el gusto de un gato excesivamente grande y falto de pelo. Pero al fin y al cabo, uno de los suyos y como tal tienes que respetar su independencia. Policarpa es muy lista, se ve en un espejo y sabe que es ella. En ese sentido Trotsky era muy tonto. Le ladraba y enseñaba los dientes a su reflejo para nuestra diversión. Además, caza moscas con la facilidad propia de alguien que ha cazado muchas moscas antes.

Lo que no me gusta nada es esa manía que tiene la gente hoy en día de humanizar lo más posible a sus mascotas. Les ponen ropita, le hacen comportarse como personas. Pienso "¡no por favor!, no convirtamos los animales en humanos". ¿Acaso queremos acabar con la poca sinceridad y espontaneidad que queda en el mundo?


viernes, 26 de octubre de 2012

El periodismo indigno

¡Ah, los periodistas! Ahora mismo debemos estar en el top five del ranking de los más odiados solo por detrás de los políticos, los banqueros, los controladores aéreos y... ¿el funcionario de turno? No, estamos antes. Amo esta profesión, pero ¿saben que les digo? Nos lo merecemos. 

¡¿Cómo no nos lo vamos a merecer si no hemos hecho otra cosa que legitimar las deleznables acciones del number one y number two de la lista anteriormente mencionada?! Lejos quedan los tiempos en  que se decía aquello de que el periodismo era parte de la columna vertebral de la democracia, en los que la gente corría a los quioscos a informarse, en los que los profesionales salíamos a la calle a presenciar las noticias o las vivíamos en nuestras propias carnes, lo que se dio en llamar periodismo gonzo. He llegado tarde y no he tenido la oportunidad de vivir esa época en la que hacíamos las cosas correctamente, no todos por supuesto, pero sí muchos. Suficientes como para no denigrar nuestra profesión. 

Hemos perdido la dignidad profesional y la personal, no sé en que orden. Somos unos vendidos, unos mentirosos, sufrimos del Síndrome de Estocolmo.

Por una parte estamos los resignados y, por otra, los que provocan la resignación.

Uno, recién licenciado, llega con toda la ilusión del mundo a su primer día de prácticas. Quiere hacer todo eso que tiene idealizado en su mente. Todo eso que debería ser Periodismo con mayúsculas. Quiere ser el primero en saberlo todo y el primero en contarlo. Quiere dar voz a los que no la tienen. Quiere investigar y denunciar. Quiere exclusivas. Quiere salir a la calle y hablar con los protagonistas de los hechos. Quiere adelantarse a los acontecimientos. Quiere explicar las causas y las consecuencias. Quiere, fíjense que cosa, hacer bien su trabajo. 

Pero ese pobre becario, al poco de empezar, se da cuenta de que esto no es posible:

- De esto no hables que la empresa a la que quieres poner a parir por haber hecho mal las cosas es anunciante. 
- De este político mucho menos, ¿no ves que su partido nos da una subvención? 
- ¿Que quieres salir a la calle a cubrir la noticia? No hay tiempo. Pon lo que te envíen en la nota de prensa y haz un par de llamadas... si tal. 
- ¡Uf!, esa historia no vende así, a ver si le encuentras un titular con más gancho (=sensacionalista).
- ¿No te ha cogido el teléfono? Si hubiese cogido habría podido dar su versión. La culpa es suya. Tú escribe con lo que tengas.
- Esos son cuatro mataos, ponlo a modo de breve. 
- Me da igual que no haya de dónde sacar en esa noticia, hay que llenar el espacio, así que a pensar. 
- Tenemos un fotón, a ver que le inventas como pie de foto. Haz algún chascarrillo.
- ¡Qué me dices! ¿Le arrancaron el brazo de cuajo durante una discusión? Esto va para la portada. 

¡Ah, vaya chasco amigos! ¡Qué poco dura la felicidad del licenciado en su primera experiencia laboral! Su visión ideal del Periodismo con mayúsculas no existe. Todo ficción. Tal vez existió, pero ya no más. 

"Si, señor. Si, señor. Lo que usted diga, señor". Esto dice el becario mientras por dentro piensa: "¿será siempre así?" Luego, con el tiempo, se da cuenta de que no es siempre así: es mucho peor. 

Hay que callarse cosas, decir medias verdades de manera continua. Hay que tener una agenda estupenda repleta de números de políticos y empresarios con los que te lleves genial. Hay que ir en contra de tus principios. Y entonces te plantas. Te rebelas y dices: "no estoy de acuerdo". Y te la cargas. Si estás de prácticas en ese medio de comunicación ni sueñes con que al acabar te vayan a ofrecer un puesto. Ni las gracias te darán. Te dirán, además, que vives en los mundos de Yupi, que lo que te han enseñado en la carrera nada tiene que ver con la vida real ("¡Qué verdad tan dolorosa!", piensas). En el caso de que seas un empleado pasarás a formar parte de una lista negra de subversivos: esos que tienen sus propias opiniones... ¡Habrase visto! Te situarás en el puesto número uno de futuros despedidos y sabes que no tardarán en darte la patada en el culo. Y como seas muy radical, de esos que dicen lo que piensan en cada momento y que son críticos con las cosas mal hechas, entonces amigo prepárate para irte muy lejos. Allá donde no haya llegado a oídos de ningún director que eres un peligro andante con principios. Por cierto, que te vayas da igual. Hay cientos de trabajadores esperando ansiosos cubrir tu puesto, incluso en peores condiciones. 

¿Qué pasa entonces? Que nos callamos. Que nos dejamos pisar. Porque, a pesar de todo, queremos ser periodistas. No en vano se trata de una profesión altamente vocacional. Y las cosas siempre han estado mal para nosotros, pero ahora están peor. No hay escapatoria.

Unos pocos afortunados conseguirán un puesto en un medio donde le permitan mantener íntegra su dignidad. Permítanme un inciso que se me viene a la cabeza al pensar en esta anhelada opción:

Beatus ille qui procul negotiis                     Dichoso aquel que lejos de los negocios,
ut prisca gens mortalium                           como la antigua raza de los hombres
paterna rura bobus exercet suis ,               dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con los bueyes,
solutus omni fenore,                                  libre de toda deuda,
neque excitatur classico meles truci            y no se despierta como los soldados con el toque de diana amenazador,
neque horret iratum mare,                         ni tiene miedo a los ataques del mar,
forumque vitat et superba civium                que evita el foro y los soberbios palacios
potentiorum limina.                                   de los ciudadanos poderosos. 

Otros irán a parar al McDonald's* o preferirán trabajar en un gabinete de comunicación, agencia de publicidad o empresa. Por lo menos no tendrán que fingir que no están haciendo publicidad, todo el mundo sabrá que se trata de marketing. Los habrá que caerán en una profunda depresión y pensarán: ya me decían mis padres que estudiase Derecho. 

Desde siempre, el periodismo ha sido una profesión precaria: muchas horas de trabajo, poco salario, mucha responsabilidad y exposición continua a la opinión pública. Vamos, estrés chutado en vena. Mantenernos en estas condiciones provoca degradación y pérdida de valores. Y ya sabemos quiénes son los interesados en esto. Pero nos hemos convertido en nuestros propios enemigos. En vez de apoyarnos, en vez de hacernos valer con el poder de la palabra que tan bien deberíamos saber usar, nos pisoteamos entre nosotros. 

Ya he escuchado en varias ocasiones a periodistas de un medio de comunicación hablando mal de colegas de profesión diciendo: "viven como reyes, así cualquiera". Ojito, porque llaman vivir como reyes a cobrar un sueldo digno, a tener un horario más o menos establecido, a disponer de tiempo para escribir las noticias y pensar temas, a contar con más de un día libre a la semana... Vamos, reyes no, dioses...

¿Acaso no sería lo ideal? Los periodistas deberíamos trabajar en buenas condiciones para poder hacer bien nuestro cometido. Muchos, con esto de Internet, dicen que periodista puede ser cualquiera. Algunos crean un blog y postean "noticias" y dicen: "esto si está contrastado, no como hacen esos mentirosos de los medios". Habría que ver a ese bloguero ocioso trabajando para un medio de comunicación. Haciendo doce horas diarias a un ritmo alto de producción de contenidos. En televisión apenas hay tiempo para recoger las imágenes y enterarte muy por encima de lo que ha pasado. Como tengas, como está de moda ahora, que buscar, redactar y montar la noticia tú solo, date con un canto en los dientes si te da tiempo de asimilarla antes de tener que soltarla a la audiencia. En la radio es todo tan inmediato que a veces no da tiempo ni a documentarse sobre una entrevista imprevista o una noticia de última hora. Te vas enterando sobre la marcha y sobre la marcha la cuentas. En la prensa tienes que hacer varias piezas al día y esperar para redactarlas a última hora por si se produce alguna novedad antes del cierre. Te piden que pienses temas por tu cuenta, originales e interesantes, al tiempo que tienes que hacer varias noticias relativas a la actualidad y a las que dedicas jornadas interminables. En los medios online tienes que ser el primero en contarlo y, muchas veces, esto conlleva ser el primero en meter la pata. A veces ni siquiera tenemos medios técnicos. El ordenador se bloquea y no hay otro, no hay cámaras suficientes, ni micrófonos, ni coche, ni bolis, ni grapas, ni siquiera post-it.

Habría que ver a ese bloguero con alguien detrás azuzándole: "¡vamos postea! ¿Eso es todo lo que se te ocurre? ¡Más rápido! ¡Más cantidad! ¡Cambia el enfoque! ¡Te he dicho que eso no se puede contar!" Igual no se las daba de periodista tan fácilmente.

Horas y horas de trabajo por sueldos de risa. Llegamos al puesto nerviosos. Insatisfechos. Sin haber descansado. Sin despejar. Entonces empezamos a cabrearnos con el mundo y todo esto da paso a la resignación que resumimos con un "ya me da igual". ¿Que no me da tiempo a contrastar la noticia? Ya me da igual.  ¿Que no me dejan contar esto? Ya me da igual.  ¿Que mañana tengo que cubrir una noticia a las tantas de la noche cuando tenía una reserva en un restaurante con mi novi@ para celebrar nuestro aniversario? Ya me da igual. Convertimos esta resignación, poco a poco, en autocensura y en pérdida de dignidad que somos incapaces de ver, porque si viésemos esta realidad nos daríamos tanto asco a nosotros mismos que empezaríamos a preguntarnos que qué estamos haciendo con nuestra vida. Y estos pensamientos son siempre peligrosos. 

Pero si los de abajo estamos en riesgo de perder nuestra dignidad, los de arriba hace tiempo que la tiraron a lo más hondo de un pozo. A cambio de dinero en el bolsillo y cuatro favores han convertido su empresa en una contradicción. Llaman servicio público a medios de comunicación cómplices de aquellos que han podrido la sociedad. Aquellos que la envenenan con su avaricia y sus mentiras. Aquellos que fingen que quieren hacer cosas buenas por el bienestar común soltando falacias con una facilidad digna de un estudio psicológico. Hablamos de ellos para ellos. No hablamos de la sociedad. No hablamos de la gente. No hablamos de las personas en particular. Hablamos de entes, hablamos de cifras, hablamos de términos que pocos entienden. No hablamos de lo que importa, hablamos de lo que le interesa a unos pocos. Y no somos tontos. Los periodistas sabemos mucho. Estamos en el ajo, nos llegan informaciones de todos lados. Tenemos fuentes. Sabemos la verdad, pero no la contamos. Porque la verdad no llena los bolsillos. La verdad no gusta. La verdad es dura. 

Es duro también saber que cada vez es más difícil hacer viable un medio en el plano económico y que nos dan de comer los políticos con sus subvenciones y los empresarios con sus anuncios. Es duro saber que no ser un vendido a estas alturas es ser, prácticamente, ser un suicida. 

Pero nadie se libra de la responsabilidad de que los medios de comunicación se hayan convertido en gabinetes siervos de intereses varios. Ni de que se apueste por el sensacionalismo. La audiencia tiene buena parte de la culpa. Se dice de los periodistas que nos gusta la carnaza. Pues bien, hagan un seguimiento de la lista de noticias más vistas de cualquier diario online y díganme que detectan. ¡Oh vaya! En el número uno, aquellas que apuestan por un titular o un contenido morboso. Vayan a una página de medición de audiencias y díganme cuáles son los programas de televisión más vistos. ¡Oh vaya! La "princesa del pueblo" gana a los reportajes de investigación. ¿Qué escucha la gente en la radio? ¡Oh vaya! Hoy arrasan en los 40 Principales Juan Magán y Pitbull con su tema "Esa rubia sucia y loca; esa morena culona y crazy". ¿Tiene la sociedad los medios que se merece? Yo ya tengo mi respuesta.

Cuesta ir a contra corriente cuando esta es tan fuerte que sabes que pocas oportunidades hay de sobrevivir. Pero es ahí donde está la cuestión: ¿es preferible dejarse arrastrar y vivir sin dignidad o intentar llegar al otro lado a pesar del riesgo? De un extremo ya se sabe lo que hay, el otro puede sorprendernos. 

*Actualización 30/10/18: acabé trabajando en el McDonald´s 😂

martes, 16 de octubre de 2012

Lugares que recomiendo I: Parque de atracciones Prater de Viena

¡Qué bonito es viajar! Conocer nuevos lugares, culturas diferentes, pasear ociosamente... Arrastrar las maletas durante kilómetros hasta el hotel para no pagar un taxi, ser timado con ofertas trampa para turistas, dormir en zulos en compañía de insectos locales... ¡Quita! Que me vienen a la mente recuerdos derivados de viajar con poco presupuesto. Me quedo, como no, con todo lo bueno y los aspectos no tan agradables los contemplo como enriquecedores, o lo que es mejor, como anécdotas que contar a los nietos. 

Me gustaría iniciar una serie de posts sobre lugares en los que he estado y que recomiendo. Si sirve de utilidad habré aportado mi granito a la humanidad y podré morir tranquila :)

En Viena...

viernes, 5 de octubre de 2012

Precarios precrisis

Introducción

Hay gente, sobre todo joven, que piensa que lo de los contratos basura y precarios es cosa de la crisis. Aunque es cierto que ahora las leyes amparan a muchos empresarios para "maltratar" a sus trabajadores, antes de los últimos cambios legislativos los más avariciosos ya empleaban todo tipo de tácticas para rentabilizar al máximo el sudor de la frente ajena. Pondré mi propia experiencia. 

Año 2005. Fiebre del ladrillo. El crédito fluye de los bancos a borbotones. Consumir y presumir de tener más que el prójimo es el undécimo mandamiento. Los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Nada que no se haya contado hasta la saciedad en los últimos años.

Pues bien, por aquella época yo me había empecinado en estudiar Periodismo. A pesar de haber sacado buenas calificaciones en selectividad me quedé a unas décimas de la alta nota de corte para cursar esta carrera en Santiago de Compostela. Tenía 18 años y los planes que había trazado para mi futuro más inminente se habían ido al garete. "¿Y ahora qué?", me pregunté. Pensé que tal vez había sido una señal del destino para poder hacer dinero y cursar la carrera con más tranquilidad en el curso siguiente, pues es probable que hubiese tenido que trabajar durante los estudios para subsistir fuera de casa cuatro años aún obteniendo becas. 

En septiembre de 2005 me apunté por primera vez en mi vida en el paro, elaboré mi primer currículum y empecé a buscar trabajo de manera activa. La verdad es que no había mucho que poner en aquel CV. Estudios: hasta bachillerato. Experiencia: ninguna, pero ganas de trabajar :) Aptitudes: ...por entonces desconocía mis aptitudes profesionales al carecer de experiencia así que ponía cualidades personales que podían aplicarse al trabajo del tipo "persona responsable". Con esta mierda pinchada en un palo me presenté a numerosas ofertas, pero para aquellos que no tengan memoria, antes también había moitos cans para un ghueso.  Solo era una personita de muchas que optaba a un puesto y encima sin experiencia. Pasaban las semanas y meses y nada.